Reseña en Letralia – Tierra de Letras. Por Alberto Hernández SÁBADO 9 DE OCTUBRE DE 2021
1.Los fantasmas son inmortales. Los personajes de los cuentos que ahora el lector revisa son sombras que han quedado fijadas en la pupila de quienes, protagonistas o secundarios, cercanos o lejanos, formaron parte de aquella y esta realidad (el tiempo ya no influye mucho en el dolor, la nostalgia, el amor o el odio), puesta al fuego como ficción que no termina de dejar de ser real, porque los referentes humanos y culturales están tan presentes que la historia de una región de Argentina, Tucumán, persiste en revelarse desnuda, desde la guerra de Independencia hasta el tiempo de las dictaduras que dejaron profundas huellas en toda la población gaucha.
Por eso, de alguna manera, quien lee este libro parece estar leyendo relatos de fantasmas, de personas que estuvieron, que ahora son parte de este volumen que no tiene fin porque la vida de un país, sea real o ficticio, siempre será permanente. Pero también estará leyendo la vida de quienes hablan de esos fantasmas, de quienes se contradicen con ellos y los reviven, los traen al presente para explicarlos o hacerlos parte de la política, de la vida diaria, familiar.
¿Quién puede negar que los héroes, los próceres convertidos en estatuas, luego bajadas de ellas y llevados al papel, no son más que fantasmas, sombras de aparecidos, algunos perversos, otros entregados a la lucha por la libertad, como el general Belgrano, presente en muchos de los cuentos que aquí descubrimos. La autonomía de cada uno de estos relatos se hace más densa en la medida en que el tiempo corre del pasado al presente.
Estas historias, sus cronologías, vierten en el lector ideas para ensamblar las correrías de un grupo de hombres, unos dedicados a defender el poder de España, otros, acriollados, en búsqueda de la Independencia de este inmenso pedazo de tierra del Nuevo Mundo. Una guerra de gente portadora de la misma sangre, heredada. Una guerra que encuentra eco en una narradora como Alba Vera Figueroa (Tucumán, 1951), quien a través de Los Irreales (Metrópolis Libros, Buenos Aires, Argentina, 2021) construye un tejido de eventos donde el pequeño país de su nacimiento, Tucumán, encabeza, protagoniza, lo que fue remotamente Argentina, y lo que recientemente también fue o podría seguir siendo, mientras el resto de América Latina también constataba que había que liberarse del poderío monárquico hispano. Tucumán —en este caso— es el ombligo narrativo de quien nos ha traído a estas páginas en las que los héroes, antihéroes y personajes anónimos destacan por la crudeza de sus pasiones.
2. Este libro de cuentos de Alba Vera Figueroa está estructurado en tres partes. La primera es el pasado remoto, del que se desprenden los humores de quienes fueron protagonistas de la Independencia argentina, vista desde Tucumán y en Tucumán, donde “la soldadesca de Irreales (…), con andrajos más que ropas, suponiéndose inmortales”, cuentan y recuentan sus batallas en boca de un narrador que los sostiene por el valor y la osadía. Y un poco más adelante, en otro espacio temporal, una maestra enseña esa historia en el aula rural donde un “fantasma” citadino en bicicleta se aproxima al talante del general Belgrano.
Por esta primera parte pasan las batallas de Tucumán, los alumnos que aprenden del eco de los soldados, el cambio de rumbo y significado de las nubes, Juan Domingo Perón, la discusión del viejo peronista con el joven militante de izquierda donde se puede ver la contradicción de una historia que se revuelve en sus propias sinrazones. El papel de los jueces corrompidos por la dictadura. El exilio, los años 70, la caída de Perón, el apellido Piñeiro como representación de una aparición, la prisión, los sueños, la bestia, una metáfora de los uniformados. Clara Núñez, una mujer que fija la mirada en la pobreza de los niños, en la justicia. Causa y consecuencia de los delitos cometidos por los jóvenes. Las palabras de la ley. Unos relatos que enhebran pasado con presente, como un todo donde no se desestima la crítica contra el establecimiento de la represión y la tortura.
3. La segunda parte se recoge más íntimamente. Los fantasmas de la historia se concentran en el odio a un padre acosado por su propio temple agreste. Las hijas gemelas que intentan sobrellevar la carga de un desacuerdo. Y así, en segmentos muy cortos, los personajes le ajustan cuentas al lector con acciones que se van enlazando en diferentes fechas, en las que la realidad es sólo un deslizamiento: la ficción es un relevo: aquella Argentina que expulsó a nacionales que terminaron siendo españoles en Valencia, y en medio de un Mundial de Fútbol la ascendencia humana y la solidaridad como destreza política: los perseguidos salvados por la delegación deportiva de Holanda de las garras de los milicos.
Y así, la tercera parte es un conjunto de minicuentos envueltos por el mito: una suerte de mímesis para mostrar la existencia de un país sometido por una feroz dictadura. El tejido de Penélope es la metáfora en la que se mueven Ulises y Telémaco. Y es Tucumán el escenario. Relatos para extender la comprensión de lo que será la historia, la otra historia, la no contada, la que se teje a través de la imaginación. Homero, el ciego que veía a través de ojos ajenos, el emblema del telar de la mujer de la espera, suerte de metáfora del país que, pese a todo, vuelve a su presente.
4. Para volver al comienzo, porque los lectores lo exigen, los “Irreales” son los patriotas, los que no existían, los que eran, los invisibles que emergieron de la criollada para enfrentar a los españoles que también terminaron siendo criollos, vivos o muertos.
Del pasado remoto al presente inestable, un libro donde los fantasmas del tiempo reencarnan en cada rictus del presente. Personajes que moldean las estatuas de los próceres y terminan siendo ellos fantasmas de sus propias fantasías, de sus reclamos, de sus peleas familiares, de sus miradas convertidas en reflejos, y en eco sus voces. Las mujeres, las que hablan y accionan, fortalecen la densidad de estos relatos que destacan la calidad narrativa de Alba Vera Figueroa.
Los fantasmas siguen siendo inmortales, pese a su irrealidad. La historia sigue siendo mortal por hacerle cuerpo a la realidad. Ambos destinos tienen trazado un presentido indiscutible: nada de lo que acontece en un lugar es ignorado. Y ese lugar se convierte en símbolo.
1.Los fantasmas son inmortales. Los personajes de los cuentos que ahora el lector revisa son sombras que han quedado fijadas en la pupila de quienes, protagonistas o secundarios, cercanos o lejanos, formaron parte de aquella y esta realidad (el tiempo ya no influye mucho en el dolor, la nostalgia, el amor o el odio), puesta al fuego como ficción que no termina de dejar de ser real, porque los referentes humanos y culturales están tan presentes que la historia de una región de Argentina, Tucumán, persiste en revelarse desnuda, desde la guerra de Independencia hasta el tiempo de las dictaduras que dejaron profundas huellas en toda la población gaucha.
Por eso, de alguna manera, quien lee este libro parece estar leyendo relatos de fantasmas, de personas que estuvieron, que ahora son parte de este volumen que no tiene fin porque la vida de un país, sea real o ficticio, siempre será permanente. Pero también estará leyendo la vida de quienes hablan de esos fantasmas, de quienes se contradicen con ellos y los reviven, los traen al presente para explicarlos o hacerlos parte de la política, de la vida diaria, familiar.
¿Quién puede negar que los héroes, los próceres convertidos en estatuas, luego bajadas de ellas y llevados al papel, no son más que fantasmas, sombras de aparecidos, algunos perversos, otros entregados a la lucha por la libertad, como el general Belgrano, presente en muchos de los cuentos que aquí descubrimos. La autonomía de cada uno de estos relatos se hace más densa en la medida en que el tiempo corre del pasado al presente.
Estas historias, sus cronologías, vierten en el lector ideas para ensamblar las correrías de un grupo de hombres, unos dedicados a defender el poder de España, otros, acriollados, en búsqueda de la Independencia de este inmenso pedazo de tierra del Nuevo Mundo. Una guerra de gente portadora de la misma sangre, heredada. Una guerra que encuentra eco en una narradora como Alba Vera Figueroa (Tucumán, 1951), quien a través de Los Irreales (Metrópolis Libros, Buenos Aires, Argentina, 2021) construye un tejido de eventos donde el pequeño país de su nacimiento, Tucumán, encabeza, protagoniza, lo que fue remotamente Argentina, y lo que recientemente también fue o podría seguir siendo, mientras el resto de América Latina también constataba que había que liberarse del poderío monárquico hispano. Tucumán —en este caso— es el ombligo narrativo de quien nos ha traído a estas páginas en las que los héroes, antihéroes y personajes anónimos destacan por la crudeza de sus pasiones.
2. Este libro de cuentos de Alba Vera Figueroa está estructurado en tres partes. La primera es el pasado remoto, del que se desprenden los humores de quienes fueron protagonistas de la Independencia argentina, vista desde Tucumán y en Tucumán, donde “la soldadesca de Irreales (…), con andrajos más que ropas, suponiéndose inmortales”, cuentan y recuentan sus batallas en boca de un narrador que los sostiene por el valor y la osadía. Y un poco más adelante, en otro espacio temporal, una maestra enseña esa historia en el aula rural donde un “fantasma” citadino en bicicleta se aproxima al talante del general Belgrano.
Por esta primera parte pasan las batallas de Tucumán, los alumnos que aprenden del eco de los soldados, el cambio de rumbo y significado de las nubes, Juan Domingo Perón, la discusión del viejo peronista con el joven militante de izquierda donde se puede ver la contradicción de una historia que se revuelve en sus propias sinrazones. El papel de los jueces corrompidos por la dictadura. El exilio, los años 70, la caída de Perón, el apellido Piñeiro como representación de una aparición, la prisión, los sueños, la bestia, una metáfora de los uniformados. Clara Núñez, una mujer que fija la mirada en la pobreza de los niños, en la justicia. Causa y consecuencia de los delitos cometidos por los jóvenes. Las palabras de la ley. Unos relatos que enhebran pasado con presente, como un todo donde no se desestima la crítica contra el establecimiento de la represión y la tortura.
3. La segunda parte se recoge más íntimamente. Los fantasmas de la historia se concentran en el odio a un padre acosado por su propio temple agreste. Las hijas gemelas que intentan sobrellevar la carga de un desacuerdo. Y así, en segmentos muy cortos, los personajes le ajustan cuentas al lector con acciones que se van enlazando en diferentes fechas, en las que la realidad es sólo un deslizamiento: la ficción es un relevo: aquella Argentina que expulsó a nacionales que terminaron siendo españoles en Valencia, y en medio de un Mundial de Fútbol la ascendencia humana y la solidaridad como destreza política: los perseguidos salvados por la delegación deportiva de Holanda de las garras de los milicos.
Y así, la tercera parte es un conjunto de minicuentos envueltos por el mito: una suerte de mímesis para mostrar la existencia de un país sometido por una feroz dictadura. El tejido de Penélope es la metáfora en la que se mueven Ulises y Telémaco. Y es Tucumán el escenario. Relatos para extender la comprensión de lo que será la historia, la otra historia, la no contada, la que se teje a través de la imaginación. Homero, el ciego que veía a través de ojos ajenos, el emblema del telar de la mujer de la espera, suerte de metáfora del país que, pese a todo, vuelve a su presente.
4. Para volver al comienzo, porque los lectores lo exigen, los “Irreales” son los patriotas, los que no existían, los que eran, los invisibles que emergieron de la criollada para enfrentar a los españoles que también terminaron siendo criollos, vivos o muertos.
Del pasado remoto al presente inestable, un libro donde los fantasmas del tiempo reencarnan en cada rictus del presente. Personajes que moldean las estatuas de los próceres y terminan siendo ellos fantasmas de sus propias fantasías, de sus reclamos, de sus peleas familiares, de sus miradas convertidas en reflejos, y en eco sus voces. Las mujeres, las que hablan y accionan, fortalecen la densidad de estos relatos que destacan la calidad narrativa de Alba Vera Figueroa.
Los fantasmas siguen siendo inmortales, pese a su irrealidad. La historia sigue siendo mortal por hacerle cuerpo a la realidad. Ambos destinos tienen trazado un presentido indiscutible: nada de lo que acontece en un lugar es ignorado. Y ese lugar se convierte en símbolo.
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