Tenían que visitarlo aquella mañana y estaban inquietos. Llevaban varios meses instalados en la aldea y solo lo habían visto desde lejos. Oían sus gritos cuando llevaba a pastar a las vacas en las leiras junto al río. Oían sus gritos feroces, terribles, que estremecerían al animalista más enérgico y que no casualmente estaban dirigidos a animales de sexo femenino. Parecía un hombre rústico y agresivo, aunque no muy mayor. Su zamarra vintage, esa boina calada de visera, el pantalón de pana y las botas cochambrosas, no auguraban nada bueno.
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El Paraíso perdido no queda por aquí
Club iconoclasta, humorístico y patafísico en forma de blog literario, alejado de la racionalidad y bajo la tutela del impresentable Doctor Krapp.
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